La Ciudad de Toledo, aquella de la que dijo Ortega y Gasset que si no fuese por el Alcázar sería una mísera aldea,
a ejemplo de Milán respecto de Roma, fue la primera en robarle a Mérida sus derechos; cuando los obispos emeritenses decidieron impedir que la capital política se estableciese en Emerita los obispos toledanos lucharon también para hacerse con la capitalidad religiosa que le correspondía a Mérida.
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