La conformación de
la unidad religiosa y política de España siempre le vino mal a Mérida, tanto
desde el punto de vista político como religioso; la tercera vez, muerta la
reina Isabel, fue en tiempos de su regente el aragonés Fernando el Católico; y
la primera vez, de la que ahora daré una pincelada, el primer momento sucedió en
tiempos de Recaredo.
Pero en este primer
caso, según las autoridades religiosas emeritenses de la época, las
consecuencias para la Hispania fueron catastróficas y recordaron la necesidad
de la protección perdida de la mártir Eulalia; al fin y al cabo bajo su figura
habían situado el nacimiento del estado
visigótico o hispano.
Refieren José María
Álvarez, José Luís de la Barrera y Agustín Velázquez que un buen día los
obispos emeritenses de época visigoda decidieron alentar la salida de la ciudad
por parte de los reyes; creo que era una actitud similar a la de los obispos de
Roma que no querían intromisiones del poder político en el religioso -como hecho
más que evidente de esta intromisión fue el caso del rey Leovigildo contra San
Masona-; ni qué decir que en la época visigoda la religión y la política
estaban íntimamente unidas pero no aún a través de la jerarquía de la Iglesia
si no de los mártires y más especialmente a través de Santa Eulalia; los
mártires, que encarnaban el ideal de los
guerreros visigodos, no sólo daban unidad religiosa y política a los antiguos territorios romanos sino que
eran sus patronos en un sencillo complejo espiritual y territorial que
determinaba el lugar del martirio; así Santa Eulalia, al ser martirizada en
Mérida, era la patrona y fundadora del reino visigótico franco-ibérico por ser
Mérida la capital política de las Hispanias.
A causa, pues, de
este rechazo episcopal, los reyes visigodos asentaron definitivamente la corte
en Toledo, una población sin precedentes religiosos ni políticos considerables desde
su fundación romana; por tanto como Milán en Italia hubo de prepararse su
propio curriculum de pasado algo similar
al de Mérida.
No se imaginaban los
prelados emeritenses de lo negativo de esta decisión ya que Mérida bien pronto dejaría
también de ser la pretendida Roma hispana; si bien la basílica de Santa Eulalia
continuaría siendo el centro devocional más importante del Occidente europeo.
En el reinado de
Recaredo, hijo de Leovigildo el último monarca visigodo arriano, se llevó a
cabo la conversión personal y de los dirigentes políticos junto con los
religiosos al trinitarismo o
catolicismo.
Pero esta conversión
real, de la nobleza y parte de su clero impuso una norma fundamental en las nuevas relaciones
Iglesia-Estado de consecuencias nefastas antiemeritense y antieulaliense: un
solo reino, una sola religión y solamente una capital, política y religiosa:
Toledo.
Para ello las autoridades
religiosas toledanas conspiraron contra Mérida, que siempre es un ejercicio con
pingües beneficios, a través de la más nauseabunda operación de descrédito de
Santa Eulalia; sólo hay que leer por encima el texto biográfico de la mártir: La Pasión de Santa Eulalia.
Pero otro escrito,
éste emeritense, también de la época, pondrá los puntos sobre las íes y le dará
justa réplica y tirón de mitra a Toledo.
La primera redacción
del libro de las Vidas de los Obispos
santos emeritenses la escribió un anónimo emeritense por el año 650 en el
reinado de Rescesvinto siendo Oroncio el arzobispo de Mérida; la segunda versión
se escribiría en un momento del período 672-680 firmándola Paulo Diácono; Antonio
Maya Sánchez, quien descubrió los dos textos conservados en el Libro de las Vidas de los Obispos Santos emeritenses,
sus épocas y autores interpretaba que en
la segunda redacción se potenciaba la figura de Santa Eulalia y de sus obispos,
por ende de Mérida, como campeones de la catolicidad y de los milagros, también
de la seguridad militar y de la bonanza económica.
Esta nueva
redacción, en la que se ensalzaban las virtudes emeritenses era un alegato,
insisto, contra las maniobras toledanas que habían ejecutado un plan antiemeritense
y, especialmente, antieulaliense, y cuyas consecuencias interpretaban eran ya negativas
para el estado visigótico.
En la Pasión de Santa Eulalia, llegada a
nosotros en su última redacción escrita en Toledo, ésta aparece como seguidora
e imitadora de San Tirso, un mártir “toledano” por gracia de una atribución de
natural a quien jamás pisó la ciudad toledana; por ello nos presenta esta Pasión a Santa Eulalia leyendo embebida la
Pasión de San Tirso para presentarlo
como su modelo martirial y le incluyen
en su Pasión algunos de los tormentos atribuidos al mártir nacido, criado y
martirizado en Oriente -jamás en la Historia del Cristianismo se ha puesto como
modelo de ningún mártir a otro mártir que no fuese Jesucristo…-.
Pero si la Pasión de Santa Eulalia nos presenta,
como bien asegura Juan Gil, a nuestra mártir como contrahechura de san Tirso,
es decir, en un descarado copiar y pegar, los toledanos dieron un paso más y
crearon, también mediante otro aún más descarado copiar y pegar, una mártir
toledana a la que nombraron como Leocadia -repárese en la no causal homofonía o
rima asonante entre sus nombres…-; su martirio, dentro del Martirologio, también
es una cosa única y un fecho tan extraño como ridículo e inane: Leocadia moriría
tras vivir en sueños los martirios de Santa Eulalia… Y, aunque Leocadia muriese
un día después los obispos toledanos impusieron en el Calendario litúrgico su
conmemoración o díes natalis el día 9 de diciembre…
Santa Eulalia que,
como mártir había estado inaugurando el año litúrgico el día 10 de diciembre, pasaba
oficialmente a un segundo lugar también en
el tiempo litúrgico.
¿Cuándo sucedió todo
esto?
Sin lugar a dudas
todo comenzó en el Reinado de Recaredo; a partir de entonces los obispos
toledanos trabajaron concienzudamente también para quitarle a Mérida su
condición de primera sede episcopal de las Hispanias, una de las
reivindicaciones de este Libro de los Obispos
santos emeritenses en la segunda versión ampliada en la que se hace
hincapié sobre el hecho de que sus obispos tenían comunicación directa con Dios
a través de santa Eulalia.
El esquilmo estaba
plenamente consumado en el Reino de Wamba y según los emeritenses eran visibles
y sufribles los males de esta arrogancia.
Cuando se redacta la
segunda versión, según la fecha de la segunda redacción deducida por Maya, insisto,
fue entre los años 672-680.
En Mérida era
arzobispo Festo y en Hispania reinaba o, mejor, malreinaba Wamba…; en este
reinado es patente el proceso de destrucción de la Hispania visigótica como
estado: levantamiento de los vascos, intrigas políticas y la primera invasión
árabe de España.
Y ahora descubrimos
la razón de esta remodelación del Libro de
los obispos santos emeritenses tan propagadora de los bienes espirituales y
materiales de Mérida, de sus obispos, de sus hombres de guerra y de la propia Santa
Eulalia: la Hispania de entonces vivía una situación difícil y caótica como en
la primea época episcopal de San Masona; por ello el emeritense Paulo Diácono
proclamaba a santa Eulalia, a sus obispos y a la ciudad de Mérida como la
salvación desde el punto de vista religioso, militar y económico, los cuales
formaban unidad consecuente entre sí tal como habría sucedido en el pontificado de San Masona según lo narrado
en el citado Libro de los obispos santos emeritenses.
En la ciudad de
Mérida 29 de julio de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario