Antonio Mateos
Martin de Rodrigo.
Introducción.
“Kairós” es la manifestación temporal, Cristo, del Dios
eterno; significa que Dios se hizo carne o materia al encarnarse en María
-Mateo 1,18- y, por ello, se dice que se entemporalizó.
Comenzaría, pues, a ocurrir entonces la recreación del mundo
o cumplimiento de la promesa de Dios -Gén. 3, 15- para reconciliar al hombre y
regenerar la Naturaleza primordial (la perfección o no de la Naturaleza es
inseparable de la perfección o no del hombre -Gén. 3, 17-18-.
A su vez “Kyrios” es
el título honorífico de Jesucristo para proclamar su gloria y soberanía sobre
la historia humana y todo lo creado.
Desde la perspectiva histórica del Cristianismo el Cristo
“Kyrios” o universal precede a sus Epifanías en Belén ante los Reyes Magos
-Mateo 2, 1-12-, ante Juan el
Bautista en el Río Jordán -Mateo 3, 16-17-, en donde hubo además Teofanía, y la
Epifanía ante sus discípulos en las Bodas de Caná (Juan 2, 1-11).
Nótese que la primera Epifanía o manifestación pública de
Jesús ante las gentes se realizó frente a los representantes de pueblos no
hebreos y que estos le ofrecen como dones oro, incienso y mirra, es decir le
dan su reconocimiento como soberano supremo del universo en tanto que Dios,
Hombre y, por ende. Rey de Reyes, es decir “Kyrios”.
Litúrgicamente ambas palabras están íntimamente relacionadas
en todas las iglesias católicas orientales y ortodoxa.
Al comienzo de la Liturgia de
las Iglesias católicas orientales y ortodoxa
el diácono le
dice al sacerdote: «Es tiempo [kairós] para que el Señor actúe» (Kairós tou
poiesai a Kyrio)”, lo que indica, según los teólogos, que el tiempo de la
liturgia es una intersección con la eternidad a través del Verbo Creador o su
Palabra.
Y es que, según entiendo, tras la
encarnación de Jesús en María -por Eva salió el Verbo del Paraíso y al Verbo lo
reintroduce en el mundo la Virgen María- la eternidad se enhebra en la
temporalidad, es decir, en la vida humana a través de un imperdible que liga
eternidad y temporalidad -Cf. Pedro, 2ª 3, 13-; a su vez Jesús en el momento de
la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre -Marcos 14, 22/24- dispone su encarnación particular en el
Hombre, perfeccionando y cumplimentando su primera Epifanía a través de la
modificación milagrosa de las propiedades físicas del agua ante los primeros
discípulos en las bodas de Caná.
O dicho en lenguaje poético: el Amor, Cristo, es un momento
arrebatado a la Eternidad; o aún mejor: el Amor es un momento generosamente
desprendido de Dios.
Y lo que es lo mismo: cada vez que se inmola a Cristo
incruentamente en la Eucaristía se manifiesta y encarna Dios, eterno, en el
hombre, finito; también la Eternidad se manifiesta, y muy especialmente, en el
sacrificio cruento de sus testigos, los mártires, continuación del martirio de
Jesús, en memoria de quien inmolaban sus vidas; Daniel Rops haciéndose eco actual de esta tradición asegura que “el martirio, […] era la más alta forma de
imitación de Cristo”.[1]
Y es que en el Cristianismo antiguo no había palabras
sobrantes ni banales; incluso, tampoco había veleidades teológicas; en realidad
abundaban los vocablos sacramentales, es decir “los de fe”, las palabras que
tenían la virtud de convertir por el simple enunciado todo su significado en
realidad -Cf. Mateo 15,20-.
Tampoco en aquel Cristianismo
primigenio había demasiadas coincidencias azarosas; Dios había creado al hombre
a su imagen y semejanza -Génesis 1, 26- y, siendo aún más preciso, Dios todo lo
había hecho con Número, Peso y Medida -Sab. 11-20-; por ello me atrevo a
interpretar la conversión del agua en vino y del vino en su Sangre como dos
momentos simétricos que abren y cierran la Vida pública de Jesús tal “Kairós tou poiesai a Kyrio “, lo que,
dada las circunstancias históricas de su regreso, significaría que era aquel,
el de la Última Cena o Primera Eucaristía, el momento para que Dios comenzase a
recrear el mundo y se cumpliese la Gran Promesa de restitución comenzando la
nueva Semana de las Semanas a través de la creación del nuevo Alimento que
sería tomado del verdadero Árbol del Bien, Cristo en la Cruz…
Nótese que los Apóstoles tomaron el
Cuerpo y la Sangre de Cristo inmediatamente antes de su crucifixión… ¿Les
estaba convocando también al martirio -Mc.
10, 35-45-?
Y así, el alimento del conocimiento
del Bien y del Mal (Gén. 3,22) ofrecido por la serpiente, la “manzana” del
“Malus Ligno”, era sustituido por el alimento de vida,-Juan 14, 6-: el Cristo
Crucificado o el fruto del “Bonus Lignus”.
Al parecer el uso del vocablo
“kyrios” lo tomaron los cristianos para incluirlo en el Nuevo Testamento de la
traducción de los Setenta o de la Biblia Septuaginta; es decir el término
“kyrios” fue utilizado por los judíos para designar a Dios, Yaveh, junto al
arameo Mareh/Marja y el hebreo Adon; a su vez “Kairós” ya es una introducción
original cristiana -Marc. 1,15-.
Evidentemente “Kyrios” y “Kairós”
son palabras originarias de la lengua y de la cultura griega, idolátrica por
tanto.
KAIRÓS Y KYRIOS MÁS EL TRIÁNGULO
EQUILÁTERO SEGÚN LOS PITAGÓRICOS, APORTACIONES DE ORIGEN IDOLÁTRICO A LA
EXPRESIÓN DE CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL CRISTIANISMO.
“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas
palabras”. Genesis 11,1
“Está escrito en la Ley: Por
hombres de lenguas extrañas y por boca de extraños hablaré yo a este pueblo... dice
el Señor”. San Pablo.1ª Corintios, 14, 21,
Hubo en la antigüedad griega una
doctrina lingüística, la de los Cratilianos, según la cual unos sabios
primigenios, denominados “legisladores del lenguaje” habían creado el lenguaje
humano de forma que existía relación entre las palabras pronunciadas y sus
significados y entre su enunciado y su realización; desde un punto de vista
teológico esta relación explicaría el temor divino de que los hombres pudiesen
llegar al cielo -Gén. 11-6 y Cf. Gén. 3-22- resuelto por Yavé con la confusión
de las lenguas que, hipotéticamente, dejaría al hombre sin su último resto del
paraíso: la lengua común que relacionaría significante con significado y la
acción creadora (Cf. Gén. 2, 20).
Es decir aquel lenguaje de origen adámico, en la tradición
hebrea, habría de tener poderes cuasi parecidos a las palabras de los
sacramentos y por tanto ser signos sensibles y eficaces (Cf. Mateo 14, 17-20):
sus palabras, al ser pronunciadas, debían, pues, poseer poder para realizar lo
que decían.
Pero no iré más allá de lo que facilita la Lingüística en su
actual estado de desarrollo; me limitaré, por tanto, a considerar el curioso homenaje
intelectual que los judíos de dos siglos antes de Jesucristo le hacían a la
lengua de sus primeros opresores y enemigos: los egipcios.
Como todos bien sabemos las lenguas egipcia y hebrea son
lenguas semitas; por ello comparten una característica común: todas las
palabras que poseen la misma estructura consonántica tienen un mínimo
significado común.
Este hecho hace que todas las palabras tanto egipcias como
hebreas tengan significados similares según sus raíces consonánticas o que
entre ellas exista un mínimo común denominador semántico; en palabras de
Maurice Daumas respecto del árabe
clásico: “la raíz K.T.B y los cambios de sentido que adquiere al cambiar de
vocales: Kataba, “él escribe”; Kutaba “, “fue escrito”, Kataba, “mantuvo
correspondencia con”; Katib, “secretario”; kitab, “libro”, etc.”[2]
Si agrupamos las raíces de las palabras griegas por grupos
consonánticos o la egipcia veremos el
mismo fenómeno: ahora sí, y es que lo que viene al caso como algo relevante: los
grupos consonánticos H. R. egipcio[3]
y K. R. griego[4], poseen el mismo común
denominador semántico: en sus palabras subyace la idea de “lo superior”.
Desde un punto de vista lingüístico nos encontraríamos ante
un fenómeno excepcional originado en el Nostrático, la hipotética lengua pre-diluviana,
y madre “científica” de las lenguas egipcia, hebrea y griega.
Dios, patrono de todos “los imposibles”, parece ser que
permitió también que los idolátricos describiesen también su intimidad y mismidad
-bueno es saber que los primeros cristianos también utilizaron habilidades
idolátricas como medio de evangelización tal como San Agustín; de aquí “mi
osadía”-.
No obstante habré de explicar el contexto de no aproximación
ni concurrencia por parte de los cristianos; hasta no hace muchos años la
filosofía cristiana era Tomista y se encontraba muy influida por Aristóteles; éste,
con su ridiculización del Pitagorismo, llevó a la Ciencia a una infravaloración
de las matemáticas hasta Galileo Galilei quien advirtió del inmenso daño que
había hecho al desarrollo de la Física[5]
-es de reconocerle a Juan Pablo II la rehabilitación de Galileo y su
consideración de la compatibilidad entre Ciencia y Teología o Religión-.
No obstante los idolátricos, como en otros campos del Cristianismo,
nos proporcionaron, desde su “matemática de la naturaleza” la aproximación
más interesante al Misterio de la Trinidad; en palabras de Espeusipo, sobrino
de Platón pero convertido al Pitagorismo: “el triángulo equilátero, que en
cierto modo tiene una sola línea y un solo ángulo; digo “una sola”, porque
tiene [lados y ángulos] iguales, y lo igual es siempre indivisible y por ende
de la índole de lo uno”.[6]
Claro es que los “pitagóricos afirman que el triángulo es el
principio de la generación y de la producción de formas de las cosas
generadas”.[7]
En la ciudad de Mérida a 28 de febrero de 2013.
Publicadoen la Revista Oficial de Semana Santa de Mérida.
[1]
ROPS, Daniel, La Iglesia de los Apóstoles
y de los mártires, Luís de Caralt, Barcelona 1955, p. 192.
[2] DAUMAS, Maurice, La civilización
del Egipto faraónico. Juventud, Barcelona, 1972, p.40.
[3]
MORET, Alfred, El Nilo y la civilización
egipcia. Tomo VII, Cervantes, Madrid 1927, p. 78: “La paalabra HR, con la
desinencia adjetiva HRJ significa “lo superior”, “lo que está en alto”. Como
substantivo HRT, es “el cielo”: razón de más para atribuir mentalmente al
halcón HRU el cielo HR. Otra palabra:, HR designa la parte superior del
hombres, “la faz humana”, “el jefe”: Por asociación y juego de palabras el dios
HR se convirtió en la faz celeste, el jefe divino…”.
[4]
Cf. PABÓN DE URBINA, J. M., Diccionario manual griego-español,
Barcelona 1967.
[5]
MOYA ESPÍ, Carlos, en “El Pitagorismo antiguo”
en La Filosofía Presocrática Universidad
de Valencia, Valencia 1978, pp. 197 y 198.
[6]
EGGERS
LAN, Conrado en “Filolao y “pitagóricos”, Los
filósofos presocráticos, Tomo III, Gredos, Madrid 1986, p.108.
[7]
ÍBIDEM, p, 110.
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