podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

sábado, septiembre 08, 2012

RECAREDO O DE LO MAL QUE LE VIENE A MÉRIDA LA UNIDAD POLÍTICA Y RELIGIOSA DE ESPAÑA. Antonio Mateos Martín de Rodrigo


La conformación de la unidad religiosa y política de España siempre le vino mal a Mérida, tanto desde el punto de vista político como religioso; la tercera vez, muerta la reina Isabel, fue en tiempos de su regente el aragonés Fernando el Católico; y la primera vez, de la que ahora daré una pincelada, el primer momento sucedió en tiempos de Recaredo.


Pero en este primer caso, según las autoridades religiosas emeritenses de la época, las consecuencias para la Hispania fueron catastróficas y recordaron la necesidad de la protección perdida de la mártir Eulalia; al fin y al cabo bajo su figura habían situado  el nacimiento del estado visigótico o hispano.

Refieren José María Álvarez, José Luís de la Barrera y Agustín Velázquez que un buen día los obispos emeritenses de época visigoda decidieron alentar la salida de la ciudad por parte de los reyes; creo que era una actitud similar a la de los obispos de Roma que no querían intromisiones del poder político en el religioso -como hecho más que evidente de esta intromisión fue el caso del rey Leovigildo contra San Masona-; ni qué decir que en la época visigoda la religión y la política estaban íntimamente unidas pero no aún a través de la jerarquía de la Iglesia si no de los mártires y más especialmente a través de Santa Eulalia; los mártires, que encarnaban el ideal  de los guerreros visigodos, no sólo daban unidad religiosa y política  a los antiguos territorios romanos sino que eran sus patronos en un sencillo complejo espiritual y territorial que determinaba el lugar del martirio; así Santa Eulalia, al ser martirizada en Mérida, era la patrona y fundadora del reino visigótico franco-ibérico por ser Mérida la capital política de las Hispanias.

A causa, pues, de este rechazo episcopal, los reyes visigodos asentaron definitivamente la corte en Toledo, una población sin precedentes religiosos ni políticos considerables desde su fundación romana; por tanto como Milán en Italia hubo de prepararse su propio curriculum de pasado algo similar al de Mérida.

No se imaginaban los prelados emeritenses de lo negativo de esta decisión ya que Mérida bien pronto dejaría también de ser la pretendida Roma hispana; si bien la basílica de Santa Eulalia continuaría siendo el centro devocional más importante del Occidente europeo.

En el reinado de Recaredo, hijo de Leovigildo el último monarca visigodo arriano, se llevó a cabo la conversión personal y de los dirigentes políticos junto con los religiosos al  trinitarismo o catolicismo.

Pero esta conversión real, de la nobleza y parte de su clero impuso una  norma fundamental en las nuevas relaciones Iglesia-Estado de consecuencias nefastas antiemeritense y antieulaliense: un solo reino, una sola religión y solamente una capital, política y religiosa: Toledo.

Para ello las autoridades religiosas toledanas conspiraron contra Mérida, que siempre es un ejercicio con pingües beneficios, a través de la más nauseabunda operación de descrédito de Santa Eulalia; sólo hay que leer por encima el texto biográfico de la mártir: La Pasión de Santa Eulalia.

Pero otro escrito, éste emeritense, también de la época, pondrá los puntos sobre las íes y le dará justa réplica y tirón de mitra a Toledo.

La primera redacción del libro de las Vidas de los Obispos santos emeritenses la escribió un anónimo emeritense por el año 650 en el reinado de Rescesvinto siendo Oroncio el arzobispo de Mérida; la segunda versión se escribiría en un momento del período 672-680 firmándola Paulo Diácono; Antonio Maya Sánchez, quien descubrió los dos textos conservados en el Libro de las Vidas de los Obispos Santos emeritenses, sus épocas  y autores interpretaba que en la segunda redacción se potenciaba la figura de Santa Eulalia y de sus obispos, por ende de Mérida, como campeones de la catolicidad y de los milagros, también de la seguridad militar y de la bonanza económica.

Esta nueva redacción, en la que se ensalzaban las virtudes emeritenses era un alegato, insisto, contra las maniobras toledanas que habían ejecutado un plan antiemeritense y, especialmente, antieulaliense, y cuyas consecuencias interpretaban eran ya negativas para el estado visigótico.

En la Pasión de Santa Eulalia, llegada a nosotros en su última redacción escrita en Toledo, ésta aparece como seguidora e imitadora de San Tirso, un mártir “toledano” por gracia de una atribución de natural a quien jamás pisó la ciudad toledana; por ello nos presenta esta Pasión a Santa Eulalia leyendo embebida la Pasión de San Tirso para presentarlo como su modelo martirial  y le incluyen en su Pasión algunos de los tormentos atribuidos al mártir nacido, criado y martirizado en Oriente -jamás en la Historia del Cristianismo se ha puesto como modelo de ningún mártir a otro mártir que no fuese Jesucristo…-.

Pero si la Pasión de Santa Eulalia nos presenta, como bien asegura Juan Gil, a nuestra mártir como contrahechura de san Tirso, es decir, en un descarado copiar y pegar, los toledanos dieron un paso más y crearon, también mediante otro aún más descarado copiar y pegar, una mártir toledana a la que nombraron como Leocadia -repárese en la no causal homofonía o rima asonante entre sus nombres…-; su martirio, dentro del Martirologio, también es una cosa única y un fecho tan extraño como ridículo e inane: Leocadia moriría tras vivir en sueños los martirios de Santa Eulalia… Y, aunque Leocadia muriese un día después los obispos toledanos impusieron en el Calendario litúrgico su conmemoración o  díes natalis el día 9 de diciembre…

Santa Eulalia que, como mártir había estado inaugurando el año litúrgico el día 10 de diciembre, pasaba oficialmente a un  segundo lugar también en el tiempo litúrgico.

¿Cuándo sucedió todo esto?

Sin lugar a dudas todo comenzó en el Reinado de Recaredo; a partir de entonces los obispos toledanos trabajaron concienzudamente también para quitarle a Mérida su condición de primera sede episcopal de las Hispanias, una de las reivindicaciones de este Libro de los Obispos santos emeritenses en la segunda versión ampliada en la que se hace hincapié sobre el hecho de que sus obispos tenían comunicación directa con Dios a través de santa Eulalia.

El esquilmo estaba plenamente consumado en el Reino de Wamba y según los emeritenses eran visibles y sufribles los males de esta arrogancia.

Cuando se redacta la segunda versión, según la fecha de la segunda redacción deducida por Maya, insisto, fue entre los años 672-680.

En Mérida era arzobispo Festo y en Hispania reinaba o, mejor, malreinaba Wamba…; en este reinado es patente el proceso de destrucción de la Hispania visigótica como estado: levantamiento de los vascos, intrigas políticas y la primera invasión árabe de España.

Y ahora descubrimos la razón de esta remodelación del Libro de los obispos santos emeritenses tan propagadora de los bienes espirituales y materiales de Mérida, de sus obispos, de sus hombres de guerra y de la propia Santa Eulalia: la Hispania de entonces vivía una situación difícil y caótica como en la primea época episcopal de San Masona; por ello el emeritense Paulo Diácono proclamaba a santa Eulalia, a sus obispos y a la ciudad de Mérida como la salvación desde el punto de vista religioso, militar y económico, los cuales formaban unidad consecuente entre sí tal como habría sucedido en  el pontificado de San Masona según lo narrado en el citado Libro de los obispos santos emeritenses.

En la ciudad de Mérida 29 de julio de 2012.

 Artículo publicado en Revista de Ferias de Mérida 2012.