podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

domingo, abril 05, 2009

LA MÁRTIR EULALIA Y EL DOGMA DE LA TRINIDAD O LA FORMACIÓN ESPIRITUAL Y POLÍTICA DEL OCCIDENTE EUROPEO.


Para Santiago García Aracil, Arzobispo, con motivo de su Visita Pastoral a Mérida.

 

Antonio Mateos Martín de Rodrigo*

 

JUSTIFICACIÓN.

A lo largo de los siglos la figura de los mártires, fatal e insensiblemente asociada a la figura de los santos o “mártires no sangrantes”, ha ido perdiendo casi toda su significación; este hecho respecto de Santa Eulalia aún es más penoso por cuanto en ella tuvo cumplimiento casi toda la rica Teología Martirial cristiana basada en el  Libro del Apocalipsis.[1]

A MODO DE INTRODUCCIÓN.

La Historia “importante” de la Iglesia emeritense, la que conforman sus Siglos de Oro,[2] integra muchos elementos transcendentes no sólo para la Historia eclesiástica emeritense o de la Lusitania o de la Hispania o del Occidente Europeo, que también para la Historia de la Iglesia y aún de todas las Iglesias cristianas del primer milenio; pero hay un elemento a remarcar por su carácter más singular, universal y efectivo: la Iglesia Emeritense desde el siglo IV hasta su desaparición en el siglo VIII, es la Iglesia “particular” del Espíritu Santo y de sus manifestaciones – por ende de la defensa del Dogma de la Trinidad-, éstas realizadas a través del más preciado de sus tesoros: en un primer momento el cuerpo agonizante y aún el exánime de Eulalia; después su huesos; eso sí... a través de la interpretación de sus obispos.

SANTA EULALIA Y EL ESPÍRITU SANTO.

Si el lector emprende la lectura del Libro de las Vidas de los Santos Padres Emeritenses sabrá que el obispo San Paulo se retiró a la basílica de Eulalia para “perseverando sin cansancio en la oración” recibir aviso “por una voz interior” de que podía intervenir como médico a la esposa “de cierto noble y principal de la ciudad, de la clase senatorial” antes de que muriera a causa del feto muerto que albergaba en su seno; también sabrá que San Masona  hizo también oración en el mismo lugar durante tres días y tres noches “postrado en el suelo ante el altar bajo el cual está enterrado el venerado cuerpo de la sagrada virgen”;  y lo hacía San Masona con el fin de poderse presentar inspirado al certamen teológico contra Sunna, obispo arriano.[3]

Entre una y otra petición caben considerables diferencias; el obispo San Paulo sólo requiere la  inspiración divina para un caso muy particular: que le eximiese de su voto sacerdotal de no derramar sangre; por contra las oraciones de San Masona tienen como fin alcanzar la sabiduría teológica para poner freno a la definitiva implantación del Arrianismo en lo que hoy es España y Portugal – sólo los gobernantes eran arrianos-; y ello significaba que la defensa definitiva del Catolicismo, y por extensión del de todo el Occidente Europeo, iba a estar en los labios del obispo emeritense, que era el obispo “senior” de la Iglesia de las Hispanias; o lo que es lo mismo Mérida y su obispo refundaban el Cristianismo Hispano.

Pero expliquemos desde su comienzo esta bella Historia de Eulalia de Mérida y el  Espíritu Santo con la Basílica de Santa Eulalia entremedios y sus consecuencias espirituales y políticas.

Esta Historia comienza en el antiguo Israel; entonces Jesús le pregunta a Pedro acerca de su personalidad  contestando que Él es el Hijo de Dios; Jesús Le revela que en efecto Lo es y Le advierte que no ha sido la carne, es decir la inteligencia o la sabiduría, sino su propio Padre (Mateo 16, 13 a 18),  quien, por  particular elección  se lo ha revelado.

Y es que a partir del Nuevo Testamento ya no hablará Dios sino a través de sus propios elegidos (nuestra Eulalia será también Su zarza ardiendo parlante).

Y si en los primeros momentos los cristianos no elegidos eran considerados entre ellos como portadores del Espíritu Santo[4] la “saturación  espiritusantual” de un elegido o de una elegida llegaba a las máximas cotas; por ejemplo en la figura de nuestra mártir cuya personalidad era muy propicia a la acción del Espíritu Santo (Sab. 7, 23).

La mártir Eulalia debía tener tal “saturación” de Espíritu Santo que forma parte del escaso número de mujeres cristianas a quienes sus biógrafos oficiales, y por ende la Iglesia, le conceden la palabra en defensa de la fe, ésta profesión exclusiva de hombres  consagrados.

Y la defensa, como en el reconocimiento de San Pedro, ejecutada por los labios de Eulalia fue inspirada por el Espíritu Santo (Mateo, 19,20); de aquí su explícito nombre ya que a través de ella hablaba el propio Dios; y para definitiva certificación “una paloma” saldrá de su boca...[5]

Y esta historia llega ahora al punto culmen: en el martirio de Eulalia Dios se manifiesta a través de su Cuerpo que es Templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6,19); y dado que Dios es eterno esta manifestación divina seguirá  haciéndose presente eternamente en sus despojos que continuarán siendo Templo divino.[6]

De aquí que los Huesos de nuestra Eulalia, Templo del Espíritu Santo por toda la eternidad, conviertan a su Basílica en un lugar teofánico, un lugar en el que manifiesta Dios su voluntad... por medio de sus obispos que a su través se dirigen a Dios ya sea para alcanzar fácilmente sus designios y ofrecerles las gracias por sus consuelos.

Y cuando arrecie la ofensiva antitrinitaria de los arrianos con Leovigildo, Eulalia y Mérida se sitúan a la cabeza espiritual y bélica de su defensa; este hecho traerá consecuencias políticas porque los mártires fundan los nuevos Estados o Naciones que nacen en los antiguos territorios del Imperio Romano (Apocalipsis 5,10) .

San Masona defiende con éxito el Cristianismo Trinitario en el atrio de la nueva Catedral intramuros; posteriormente, cuando San Masona fue desterrado por este hecho, Santa Eulalia, trasuntada “en figura de paloma de nívea blancura”  “hablándole cariñosamente se dignó consolar como piadosísima señora a su fidelísimo siervo” le anunció el fin de su destierro; al mismo tiempo en acción de profecía le comunica su próximo futuro, el regreso a su ciudad, y denuncia al propio Leovigildo en sueños, sobre sus fechorías infligiéndole un severo castigo conminatorio.[7]

Y al acabar el destierro San Masona en primer lugar se dirige a la Basílica de Santa Eulalia en acción de gracias, hecho que los Obispos nunca realizaban en la Catedral de Santa Jerusalén.

Muerto Leovigildo y tras declararse su hijo Recaredo como “propulsor de la recta creencia”  llega la paz a las Hispanias: pero en las Galias esta paz aún no existía porque los arrianos conservaban poder y fuerza bélica; fue entonces cuando el emeritense Duque Claudio y sus trescientos soldados, también emeritenses, representantes de una ciudad convertida ahora en el último reducto del Cristianismo Trinitario de la Europa Occidental, se enfrentan victoriosamente a los últimos arrianos comandados por Granista y Vildigerno; sucedió en la batalla de Carcasona en el año 586.

Lógicamente enterados de la victoria “el santo obispo Masona entonando salmos con todo su pueblo […] se llegaron al templo de la gloriosa virgen Eulalia”.

De esta batalla se hicieron lenguas extremadamente elogiosas  los cronistas posteriores como San Isidoro de Sevilla y nuestro Bernabé Moreno de Vargas no dudó en asegurar que quién “ duda sino que intervinieron en ella los méritos de la gloriosa virgen y mártir Santa Eulalia, la cual había de interceder y socorrer a sus naturales”.

Y es que el asunto, en realidad, no era para menos ya que “despejada de todas partes la tempestad, se dignó el Señor regalar a su pueblo una paz duradera”.

Tal fue la importancia europea de estas acciones antiarrianas de San Masona y del Duque Claudio y sus Trescientos Emeritenses que el historiador francés Balard escribe que mientras “no se resolvió el problema del arrianismo, la estabilidad del occidente cristiano no estuvo segura”.[8]

Y esta estabilidad hizo posible los rudimentos de la Civilización Europea.

 

 

* Es Secretario de la Asociación de la Virgen y Mártir Santa Eulalia

artículo publicado en la Revista Oficial de la Junta de Cofradías de Mérida, Mérida, 2009.

 

 


[1] entre otros Cap. 6, 9 a 11 y 7, 1 a 13.

[2] del siglo  IV al VII.

[3] Véase Aquilino Camacho Macías El Libro de las Vidas de los santos Padres de Mérida, Mérida, 1988.

[4] Abate Martigny, Diccionario de Antigüedades Cristianas, Madrid 1894, pp.293 y 537 

[5] Prudencio, Corona Himno III, vs. 160-165.

[6] GRABAR, André. Martyrium, I, Architecture. Variorum reprints, London, p. 194: “los santos ejecutados por la fe en la antigüedad, cualquiera que fuese la época concreta en la que ellos vivieron, eran testimonios inmediatos de la divinidad de Cristo, porque, en el transcurso de su vida y sobre todo en los momentos  que precedieron a su muerte violenta, habían sido favorecidos por un contacto directo con Dios. Ellos los ven aparecer, en una visión momentánea, o bien Dios les habla, y consecuentemente una teofanía tuvo lugar, en la ocasión de todos los suplicios y especialmente en su propia persona”.

[7] Nótese la sutileza del escritor : ¿el Espíritu Santo no es propiamente “el consolador”(Juan 15,7 a11)?.

[8]  Michel Balard y otros, De los Bárbaros al Renacimiento(Edad Media Occidental), Madrid, 1989, p. 36 

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