podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

lunes, abril 13, 2009

LA MIEL DE LOS SUEÑOS, artículo de SERAFÍN BODELÓN.


OPINIÓN ARTICULOS

EFLUVIOS ONÍRICOS Leer a César Gavela, vislumbrar a Juan José Millás, me ha traído la evocación del sueño de San Waningo, que vivió en el siglo VII; eran tiempos visigodos en España y era la época merovingia en la Galia, que todavía no se llamaba la dulce Francia de la 'Chanson de Roland' 
La miel de los sueños
GASPAR MEANA
E RA un niño que soñaba / un caballo de cartón; / abrió los ojos el niño / y el caballito no vio». (Antonio Machado). Veo que sigue estando de moda el tema de los sueños, hontanar de ricas resonancias históricas y literarias. Poco ha leía en varios periódicos del mismo día varios artículos de fondo con la temática onírica. Así César Gavela escribía sobre 'Sueños literarios'. Y el mismo día Juan José Millás veía fluir en sueños los efluvios oníricos de las ideas, que se le infiltraban en el intelecto mientras dormitaba. Y al ávido lector, que era quien esto escribe, le parecía estar oyendo a Platón dialogar con sus discípulos sobre el mundo de las ideas, el único mundo real, ya que lo que vemos son simples apariencias de los sentidos. Es el cíclico retorno de los hilos del pasado, que eternamente vuelven en un mítico retorno sin fin. A Eneas le conducía su madre Venus, la diosa del amor, que le hablaba en sueños y así enderezaba sus pasos para el futuro, y así abandona a la enamoradiza reina Dido y pudo al fin arribar a Italia. Y en Homero los dioses controlan las vidas de los hombres a través de los mensajes recibidos en sueños. Y así Ulises hubo de abandonar el amor de la maga Circe, que le retenía con sus hechizos y encantamientos; así pudo llegar a su patria la idílica isla de Ítaca, donde le seguía esperando ansiosa su esposa Penélope. Y es que en el día luchan y se afanan los hombres, pero la noche es de los dioses.
Leer a César Gavela, vislumbrar a Juan José Millás, me ha traído la evocación del sueño de San Waningo, que vivió en el siglo VII; eran tiempos visigodos en España y era la época merovingia en la Galia, que todavía no se llamaba la dulce Francia de la 'Chanson de Roland'. Waningo estando muy enfermo, y, tal vez, debido a las altas fiebres, tuvo una visión onírica. Y en sus sueños vio que estaba a punto de morirse. Ya el Juez Supremo, rodeado de un coro de santos silenciosos, estaba a punto de juzgarle para poder entrar en el reino celestial. Entonces rompió el imperturbable silencio, levantando su dulce voz de doncella virginal, Santa Eulalia, la joven mártir emeritense. Eulalia intercedió por Waningo ante el Juez Supremo. Y a Waningo no sólo fueron perdonadas sus culpas terrenales, sino que se le concedió poder seguir viviendo veinte años más. Y entonces Waningo despertó de su sueño. Y además estaba curado de sus dolencias. Dedicó sus dos décadas de vida restante a fundar cenobios e iglesias dedicadas a la memoria de la joven, mártir y doncella Santa Eulalia, siempre en lugares bucólicos, propicios para el misterio y la oración.
Así consta en la 'Vida de San Waningo'. Así consta en la 'Crónica del monasterio de Fédecamp', una de sus fundaciones en la Normandía francesa. Qué cosas pasaban en el siglo VII por culpa de los sueños. Pero, ¿cuándo no hubo sueños? Ah, la oscura Edad Media; tanto más oscura, cuanto más se la ignora. Es que en aquella época se escribía (y se hablaba) en latín: la lengua de la Cultura Europea de los dos últimos milenios; pero hoy sólo es lengua para el destierro. ¡Quién se lo iba a decir a Waningo, que consideraba este mundo un lastimoso valle de lágrimas, donde predomina la mentira y triunfan más los más malvados!
«La vida es sueño», escribió Calderón. Se equivocaba (y eso que no era paloma). La cruda realidad es, con mucho, bastante más tétrica y perentoria. Más cerca de la realidad está la apreciación de Píndaro. El hombre es sólo «la sombra de un sueño», escribió Píndaro hace cosa de dos milenios y medio. Eso somos: la sombra de un sueño. Ni siquiera un sueño; sólo su sombra. Por eso, tal vez, con nostalgia infinita, decía Homero que las almas son sólo sombras pálidas que deambulan erráticas por el Hades, sin ni siquiera saber en donde se hallan. Pues algo así son los terrícolas de hoy día, pese a que se consideran importantes, fundamentales e incluso algunos, según ellos, definitivos. ¡Qué aciago deliz, el confundir los sueños con la realidad!

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