podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

miércoles, septiembre 03, 2008

LOS PARAÍSOS PERDIDOS DE MÉRIDA Y DE SU TIERRA O DE LOS CAZADEROS REALES DE SU COMARCA EN LA EDAD MEDIA.


Antonio Mateos Martín de Rodrigo

Hubo tiempo en que una espesa mancha verde cubría un gran espacio que flanqueaba, según los días y las estaciones, un azul, gris o marrón Guadiana; esa espesa mancha verde era su Término, su Territorio, su Vida... y, como resquicio de su pasada grandeza y extensión, comenzaba al sur de Montánchez; mientras, tal como habían establecido sus autores los romanos, el término terminaba en Los Santos de Maimona.
Eran aquellos tiempos los que según el tópico, más bien basado en la realidad que en la exageración, un mono podía atravesar España de cabo a rabo sin bajarse de los árboles; para llegar a esta situación, tras las exhaustivas roturaciones romanas, había mediado la larguísima guerra de desgaste que los hispanomusulmanes denominaron de Reconquista y en la que menudearon los mutuos estragos a través de las razzias musulmanas y las cabalgadas cristianas.
Por ello los cristianos, especialmente, y los musulmanes concentraron la actividad productiva en la ganadería que era más fácil de proteger y, lógicamente, de ocultar; consecuentemente allá donde había crecido el cereal o la vid dominaba el monte y donde había habido monte bajo éste se espesó aún más hasta hacerse monte pardo o fragaso; además los pastores trashumantes, que comenzaban a imponer su desmesurado poder, impedían las talas e incluso las podas, para evitar la evaporación.
En este ambiente de exuberante naturaleza, que casi recobraba el rico paisaje de épocas prehistóricas, imperaba la vida salvaje tanto animal como vegetal sobre la humana a la que imponía sus trabajos aunque también sus beneficios y desmesuradas bellezas; de aquí el título de este artículo: Los Paraísos Perdidos .
Pues bien Los Paraísos Perdidos de Mérida y de su Tierra eran sus Montes o Cazaderos Reales medievales a los que hemos tenido acceso a través del Libro de la Montería; éstos se encontraban en sus proximidades y eran bien conocidos del rey Alfonso XI que fue el monarca español que más ha emeritenseado y el único, que se sepa, que cortejó aquí a su dama, doña Leonor de Guzmán, disponiendo que el infante Don Tello, su hijo, también naciese aquí: “Pedro Barrantes Maldonado [escribía Vicente Navarro del Castillo] dice que D. Tello nació en Mérida, mientras que el rey Alfonso y la bella favorita se recreaban y holgaban en la ciudad y con la caza de los alrededores”.
El Libro de la Montería en realidad son trece manuscritos, más o menos completos, en los que los monteros reales habían vertido la información cinegética del Reino castellano-leonés por encargo y junto con Alfonso XI el Justiciero quien también colaboraba incluyendo sus propias experiencias. El manuscrito más antiguo y completo, el conocido por Y-II-19 de la Biblioteca del Escorial, fue escrito hacia el año1350 y se basaba, como los otros, en un borrador previo perdido.

“EL ATALAYA DE RAMOS”, MIRANDILLA.
Una de las primeras referencias a los orígenes de Mirandilla -y que el anónimo cronista merendillero me cite cuando transcriba literalmente mis escritos en la página web oficial de su Ayuntamiento- la ofrece El Libro de la Montería al nombrar la Atalaya de Ramos; la Atalaya de Ramos era una de las muchas pequeñas fortalezas musulmanas que rodeaban la Kora o territorio musulmán de Mérida y cuyo fin era la de anunciar la presencia de las tropas cristianas; su emplazamiento no era nada casual ya que se encontraba en el Camino Real que desde Mérida quebrando por Trujillanos se dirigía a Madrid por Trujillo -según Navarro del Castillo esta Sierra de la Atalaya se correspondería con las actuales Sierras del Moro y de Campomanes-; de ella se dice en el Libro de la Montería “que es buen monte de puerco en ynvierno et en tiempo de panes”; este monte no tenía vozería o lugar en donde se soltaban los perros de la rehala sino que en la parte superior de la Sierra se situaban los vigías que indicaban el derrotero que tomaban los “venados”, en este caso los jabalíes, ya que bajo la denominación de “venado” se hace referencia a cualquier animal de caza mayor; pero sí contaba con armadas o lugares en los que se apostaban los cazadores, las cuales se situaban en el Colmenar de la Huerta [pudiera ser el naranjal de origen romano que Bernabé Moreno de Vargas situaba en este lugar], en la Peñuela y en el Encinar.

“EL MONTE DEL ALBUHERA DE SOBRE LA CASA DE FERNANT GONZALEZ”, SIERRA CARIJA.
A la Sierra de Carija, esa sierrecilla que cuando se tapa Mérida se empapa, también le cupo la pequeña gloria de albergar otro cazadero real antes de ser testigo de la batalla en la que se dice se fraguó la restaurada unidad de los reinos “taifas” cristianos de España; y decimos cazadero real porque la caza mayor, especialmente la del jabalí, estaba reservada al rey y a su séquito –también el costillar que la carne de hueso es la más rica y sabrosa-; la razón era bien simple: dada la ferocidad del jabalí, aún más herido, más que como actividad de supervivencia su caza se utilizaba como entrenamiento bélico -así expresamente le estaba prohibida al clero y aún más, por severísimas leyes, al pueblo llano-; pero como del cerdo sirva todo, según expresión popular, existían casas de comercio en los que se vendían los restos “menos nobles” para la “gente menos noble”: las denominadas tripas o el resto de las carnes; una de estas triperías fue la primera casa de la villa de Arroyo [del Tripero] de San Serván.
La denominación de “monte del albuhera” se debe a su proximidad al “lago de Properpina” hasta no hace mucho llamado “Albuhera” cuando no “albuhera del Cerro Carija”; la bozería o la suelta de los perros se efectuaba en la cima de la sierra y las armadas o el aguardo entre un collado situado entre las sierras y la Cabeza de Ramos, en los prados de la Albuhuera y en el encinar.

LAS TIENDAS, ESPARRAGALEJO.
En todos los anteriores lugares se ha constatado la presencia de los romanos; pero en este caso la actividad venatoria ha sido atestiguada arqueológicamente in situ; un mosaico romano procedente de las mismas Tiendas, -en concreto, según me apunta José Luís de la Barrera Antón, de El Hinojal- recrea una escena de caza de jabalí; en ella un romano emeritense del siglo IV alancea a un jabalí; y lo hace con una javalena o jabalina, especie particular de lanza enastada.
El jabalí, según los antiguos, era el símbolo de la Fuerza; así Sebastián de Covarrubias lo tenía por “animal fiero” que “es fuerte y de gran furia” y “rompe con quanto topa”; por ello John Petruccione, uno de los más delicados investigadores eulalienses, entiende que Prudencio asoció a Santa Eulalia con el jabalí, animal que simbolizaba en la Antigüedad el arrebato, la independencia irredectuble y la intrepidez “bruta”.

EL SSOTO DE JOHAN ANTÓN, ISLA DE JUAN ANTÓN.
“El ssoto de Johan Anton, que es entre amas aguas, es buen monte de puerco en verano. Et non á bozería. Et es el armada en la naua que es a la puerta del ssoto, que non passe al Soto de Couillana”; así se expresa el Libro de la Montería respecto a un singular cazadero de verano que estaba situado en una isla del Guadiana, la conocida ahora por Isla de Juan Antón, frente a Cubillana; la denominación de soto viene a explicar que era un monte bajo, sin arboleda; Conrado García Solís me ayudó a rememorar su ubicación.
La carne del jabalí era muy apreciada; incluso más que la del guarro ibérico doméstico pues tal como aseveraba Covarrubias en el siglo XVII si “el puerco casero es tan sabroso y de tan diversos gustos, mucho más lo es el javalí, por ser criado en el monte y tener carne más enxuta y más sana”.

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EL SOTO DE COUILLANA, CUBILLANA..
Una de las constantes de estos Paraísos Perdidos emeritenses y comarcanos es la de haber servido de habitación para los más diversos usos humanos; en este caso hay lugar para la excelencia: en el Soto de Cuvillana estuvo situado el famoso Monasterio visigótico de Cauliana en el que se operó la visión celeste y el “portentoso” milagro de la incorruptibilidad de su monje “glotón” o diabético tipo II; también se dice que en él lamió el Rey Don Rodrigo sus heridas tras la derrota del río Guadalate y lloró la pérdida de España antes de desaparecer en un lugar desconocido de la Lusitania que regía nuestra ciudad como capital y que hoy ocupa la República de Portugal.

EL SSOTO DE LOBON.
Se diría que el soto de Lobón junto con el de Cubillana formaban un único cazadero pues compartían una armada y bozerías además de ser cazaderos en el estío -la sed de los guarros les exponía-; la armada propia de Lobón se encontraba en el soto de las Barranqueras o Barrancas Coloradas-lugar tan de triste memoria y reposo para muchos buenos calamonteños allí fusilados en 1936- ; en el Libro de la Montería se dice que “El Ssoto de Lobon es buen ssoto de puerco en verano. Et es la bozeria en este mismo lugar d´esta otra bozeria, catante contra Lobon, porque non passe al Soto de Couillana. Et es el armada en el puntal del ssoto a las varranqueras”.

LAS SIERRAS DE COLA MONTE LA MAYOR Y LA MENOR.
Es sin duda, por razones obvias, el texto del Libro de la Montería que he leído con más ahínco por mi vinculación familiar y personal con Calamonte; sin lugar a dudas por razón del espacio que le dedica Alfonso XI debían de ser los Cazaderos más importantes de la comarca.
A partir del siglo XVII estas sierras emeritenses pierden su nombre calamonteño y la Sierra de Cola Monte la Menor comienza a denominarse como de San Serván y San Germán, dos mártires que nunca nacieron en Mérida ni jamás vivieron en esta sierra; incluso muy posiblemente tampoco fueron mártires, al menos según la Iglesia Católica de los siglos III y IV.
Evidentemente la Sierra de Cola Monte la Mayor es la denominada ahora como Sierra del Pueblo o de la Víbora; la razón es evidente: disponía de más caza por ser más espesa su vegetación; de aquella época aún queda un camino y su nombre: Camino del Rostro; lógicamente el hecho de que las sierras se denominen en los manuscritos del Libro de la Montería como de “Cola Monte” se debe a un error de trascripción por parte del amanuense que redactó la información de los monteros o transcribió del borrador; este mismo error lo recogió Gonzalo de Argote; pero quien le pasó una chuleta a Bernabé Moreno de Vargas para hacer su Historia de Mérida transformó la palabra “Cola Monte” en “Colomonte”, infeliz topónimo propagado por Vicente Navarro del Castillo y multiplicado por todos los investigadores que hoy son ayudados por un uso acientífico de las posibilidades de Internet y del escaso uso de las fuentes; tampoco hubo aquí cultivo de cereales ni ciervos porque el “venado” referido por Alfonso XI en este caso era el jabalí el cual según el mismo no se cazaba en estos lares entre tiernos trigales sino en “tiempo de panes”, es decir en el tiempo en el que los trigos maduraban.
LA CABEÇA DE CERUERA, ¿DON TELLO?
Ya sabemos que Alfonso XI y su amante doña Leonor de Guzmán tuvieron su nido de amor en Mérida en donde nació su hijo, don Tello; curiosamente no lejos de Mérida en el antiguo Camino Real de Mérida a Córdoba hay una finca que lleva su nombre; ¿fue este lugar el romántico nido de sus padres mientras cazaban en las cercanas Cabezas de Cervera, único lugar de esta comarca en donde había osos según El Libro de la Montería?.

En la ciudad de Mérida a 30 de julio de 2008.


publicado en MÉRIDA, Revista de Ferias. 2008.

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