No, en mi infancia las bicis no sólo eran para el verano sino que cualquier día eran buenas; a la mía yo la utilizaba para, incluso, combatir la soledad.
Y no era yo mal conductor, en velocidad y manejo, aunque debido a mis juegos acrobáticos más de una vez resultase herido o conmocionado o con raspones.
Recuerdo una competición en la Plaza de España de Llerena que consistía en levantar la rueda anterior; no sé cómo lo hice- no volví a intentarlo- pero salí volando y caí en una vuelta de 360 º sobre el duro asfalto. "No me ha pasado nada, no me ha pasado nada" dije como teniendo una nube extraña en el cerebro mientras corrían hacia mí grandes y pequeños; al día siguiente comprobé magulladuras y heridas imposibles. Lógicamente por mi dura mollera no sufrí contusión cerebral alguna.
También recuerdo que en la Calle Santiago en dirección a la Puerta de Villagarcía organizamos otra carrera con frenada de rueda posterior; mi padre me había preperado los frenos días antes: así que tras un lanzamiento impresionante la rueda se fue desgastando por el efecto del frenado hasta que ya sin cubierta la cámara explotó...
Pero lo mejor era cuando cuando en tercero de bachillerato me saltaba la muralla contigua al Colegio y me iba de clase de dibujo al encuentro con mi amigo y hermano Manue que había dejado de estudiar; yo iba montado en en el manillar como conductor y él en el sillín como pedaleador -la bicicleta era de niña, de su hermana más pequeña-; y nos recorríamos en plena noche las calles de Llerena tan felices como seguros haciendo diabluras para tomar las curvas en las calles: nunca tuvimos ningún percance.
Ahora parece ser que las bicis de nuestra infancia son para siempre y
No hay comentarios:
Publicar un comentario