podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

jueves, noviembre 13, 2008

ENTONCES LAS BICLETAS ERAN PARA TODOS LOS DÍAS.


No, en mi infancia las bicis no sólo eran para el verano sino que cualquier día eran buenas; a la mía yo la utilizaba para, incluso, combatir la soledad.
Y no era yo mal conductor, en velocidad y manejo, aunque debido a mis juegos acrobáticos más de una vez resultase herido o conmocionado o con raspones.
Recuerdo una competición en la Plaza de España de Llerena que consistía en levantar la rueda anterior; no sé cómo lo hice- no volví a intentarlo- pero salí volando y caí en una vuelta de 360 º sobre el duro asfalto. "No me ha pasado nada, no me ha pasado nada" dije como teniendo una nube extraña en el cerebro mientras corrían hacia mí grandes y pequeños; al día siguiente comprobé magulladuras y heridas imposibles. Lógicamente por mi dura mollera no sufrí contusión cerebral alguna.
También recuerdo que en la Calle Santiago en dirección a la Puerta de Villagarcía organizamos otra carrera con frenada de rueda posterior; mi padre me había preperado los frenos días antes: así que tras un lanzamiento impresionante la rueda se fue desgastando por el efecto del frenado hasta que ya sin cubierta la cámara explotó...
Pero lo mejor era cuando cuando en tercero de bachillerato me saltaba la muralla contigua al Colegio y me iba de clase de dibujo al encuentro con mi amigo y hermano Manue que había dejado de estudiar; yo iba montado en en el manillar como conductor y él en el sillín como pedaleador -la bicicleta era de niña, de su hermana más pequeña-; y nos recorríamos en plena noche las calles de Llerena tan felices como seguros haciendo diabluras para tomar las curvas en las calles: nunca tuvimos ningún percance.
Ahora parece ser que las bicis de nuestra infancia son para siempre y

Montar en bici nunca se olvida.

Pues no debe olvidarse ciertamente; hace unos años tuve la oportunidad de montar en una bici de paseo con portamaletas de cesta; ví que quienes me precedieron no eran muy duchos en su manejo; pero cuando comencé, y nunca yo tampoco me había montado en un trasto como éstos, se me agolparon los recuerdos que hube inmediatamente de rechazar; aquella bicicleta exigía, al contrario que las de mi infancia, echar el cuerpo ligeramente hacia atrás desde la cabeza y hacer fuerza no sobre el sillín sino sobre los pedales ya que el manillar no obedecía correctamente más que a leves y estilizados movimientos de dirección; en realidad era muy similar a la bici de la hermana de Manue.

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