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pero tus palabras se transformaban en unos bonitos poemillas que me atravesaban la piel y hacían que los pliegues del alma se moviesen en un satisfactorio movimiento de estremecimiento.
¡Qué placer escucharte¡
Entretanto venía tu mirada y como si poseyese todas las artes del alquimista verdadero hacía de mí una sensación bellísima de oro y perlas, de agua de mar o de lluvia de estrellas.
Y yo me creía de color verde, y yo me creía de color azul, y yo me creía de color de tí, intenso, inmenso, feliz...
Pero vino la Realidad y me mostró su Rostro hosco, tosco, feo; sus uñas sucias y sus dientes con sarro...; existías, sí, existías, pero nuestro diseñador nos había trazado como sumas paralelas, terriblemente paralelas y aún retorciéndonos continuábamos siendo paralelos, terriblemente paralelos.
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