podrán
podrán cortar todas las flores;
siempre habrá un hombre semilla.
jueves, marzo 27, 2008
TACTO ANIMAL.(Memorias de infancia).
siempre miré con recelo los gallos y las gallinas; también las palomas...
Y hasta con recelo gastronómico los miré, junto con los conejos, si estaban criados en casa, salvo los cerdos.
Las plumas de las palomas tenían un nada asqueroso tacto; parecía seda dura, cerosa y volumétrica -también estábamos familiarizados con ellas ya que las utilizábamos para mil juegos, entre otros hacer de indios-; pero el tacto de las gallinas se introducía entre las plumas y hasta llegar a sujetarla tus manos desaparecían envueltas en sensaciones de suciedad y desasosiego; y no la cogías boca abajo porque al fín y al cabo era aún más horroroso cogerlas por las patas, éstas más hechas por la Naturaleza, creías, para una película de terror; y verlas morir desngrándose sobre un plato era a ún más desgradable.
Y recordar que algún día fueron pollitos pintados de colores a los que para hacer entrar en calor se les echaba en el pico pimienta en grano y se les hacía dormir dentro de casa en una caja...
El tacto de los conejos sí me gustaba y acostumbraba, como a los gatos, acariciarlos; por razón de su estancia en las jaulas su piel era más suave y limpia, incluso la barriguera, que ya tenía especial cuidado mi padre, a través de curiosos artilugios,para que no se manchasen; pero si su tacto era suave aún más suave y rico era el olor singular y distintivo que salía de la camada recién nacida al abrir la compuerta superior de la conejera.Otro tacto muy agradable era el de los cerdos que contrastaba con su fuerte olor e, incluso, desgradable hedor -cuando por enfermedad de mi padre hube de limpiarlos me echaba colonia entre la nariz y el labio superior para evitar el vómito-; y lo mismo sucedía en la sensación táctil al pasarle la mano por el lomo o por la barriguera; éste era un truco de mi padre para que se tumbase y le dejase limpiar en seguridad la zahurda que, para mejor acomodo, tenía, en exclusiva, hechuras en superficie y volumen de cuadra y que disponía de suelo de madera, techo de teja árabe y patio con sombra de parra para el verano.
Y queda el tacto de los gatos; el más curioso era el de su lengua punteada y recia lamiéndote las manos -niño, lávate inmediatamente las manos y deja al gato-; o el de su cabeza presionándote las piernas mientras describía un ocho a tu alrededor; o el de sus uñas que, sin querer, te las clavaba en ocasión de convertirle en un saltimbanqui - mis gatos, debido a mis ocurrencias y juegos, tenían hasta ocho vidas, al menos-.
Los perros no tenían tacto; incluso yo los hubiese borrado de la madre naturaleza pues me infundían más pavor que los gallos americanos, esos presuntuosos y agresivos bichos más pequeños que una pulga.
Y el tacto de una rana, y el tacto de un cernícalo, y el tacto de un tritón, y el tacto de una libélula, y el tacto de una tortuga, y el tacto de una avispa, y el tacto de una abeja, y el tacto de un pez, y el tacto de una salamanquesa, y el tacto de una mariposa, y el tacto de una culebra, y el tacto de una santateresita, y el tacto...
Tanto tacto entonces y ahora con ellos tan pocos tactos...
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