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Ahora sé por qué hay tantas estrellas como guiños hicieron tus ojos...
Y yo, quizás por ello, era el cuento enésimo, el cuento sin cuento: mis pies habían protagonizado la aventura llevándome hacia aquel lugar siniestro y mortal - creo que era la vida, por supuesto-; pero mi boca, demasiado atrevida, se explayó en su narración.
En esta a las manos les correspondió tomar el destino como si fuesen un trago de vino exquisito no imaginado; pero en el primer recodo ya había un hondo agujero con un esqueleto proporcionado a mi estatura.
Tú dijiste que mis ojos representarían una tragedia y mi corazón alzó sobre sí tu mirada penetrante.
Y morí; morí, claro de mentirijillas, porque el cuento no podía ser sin su protagonista vivo.
Por tanto me levanté y mis ojos se trasformaron en mirada.
Y te ví y creí en el Cielo; y ese sí que sí era el cuento enésimo.
Ya te lo contaré.
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