Los ojos se abrieron pero no recuerdas nada; acaso no sabías ver...
En los años setenta se idearon los partos sónicos y mil tonterías para retrotaer al ingenuo al período perinatal y hacerle superar los traumas a través del reparto.
En los años setenta se idearon los partos sónicos y mil tonterías para retrotaer al ingenuo al período perinatal y hacerle superar los traumas a través del reparto.
En cierta ocasión, ya en la década de los ochenta -en 1986 y en el mes de octubre y antes del 10-, en un cursillo de psicomotricidad presencié un reparto no sónico por parte de una psicomotricista; de no ser ella freudoargentina... De cualquier manera, a mi sabio entender de lego en psicoanálisis -sin embargo poseo una rica sección de libros psicoanalíticos y he leído muchos más- aquella señora tenía un serio y profundo complejo de maternidad insatisfecha asociado a no sé cuántos complejos descritos por la tragedia griega...
N.B. Singularmente el reparido no era el más feo del grupo ni el más contrahecho ni mostraba mayor traumática.
Los ojos se abrieron pero no recuerdas nada; acaso no sabías ver...
Si en la clase te restregabas los ojos es que tenías problemas de visión y pasabas a ser un gafitas gafoso.
Mis gafas nunca supusieron impedimento alguno para las faenas propias de los gallos infantiles; con un "cógeme las gafas" siempre acudí al convite y al envite -aunque según mi código de honor yo sólo peleaba con iguales, mayores o más altos que yo o en mayor número-.
El lenguaje que utilizábamos en las peleas y en los enfrentamientos es muy interesante:
- Si te decían maricón respondías pues tráeme a tu madre o a tu hermana; en raras ocasiones este insulto terminaba en golpes.
- Si te decían borde o me cago en tus muertos o en tu puta madre la convocatoria a la pelea era evidente como era evidente la saña en los golpes por ambas partes.
N.B. Curiosamente los folkloristas, acaso aún mediatizados por los Coros y Danzas de la Sección Femenina de la Falange Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, no incluyen en sus programas estas prácticas tan folclóricas.
Especialmente éramos racistas, envueltos eso sí en la militancia inconsciente de la conjuración comunista y judeomasónica: quién se viene, quién se queda, los judíos se lo llevan.
Pero el último en aquella España de machos bajitos -a título de ejemplo el Jefe del Estado era un lejía y bajito y los actores ligones eran Alfredo Landa y José Luís López Vázquez, feos y bajitos- el último, digo, era de la piompa o de la cera de enfrente: Marica el último.
La palabra maricón, tal como expresa su propia y expresiva pronunciación, era más grande y más gruesa y no se utilizaba como espuela en una improvisada carrera sino como provocación hiriente que lanzaba el que estaba seguro de ganar en la provocación.
Entonces era muy importante saber quién había empezado; sobre todo si intervenían las madres cuando exigían explicaciones o daban quejas ante los rotos y desgarros en la ropa, los moratones en la cara o los labios partidos.
Una de mis más singulares peleas la tuve con Valentín Cortés Cabanillas, el actual alcalde de Llerena, primo de mi amigo -y hermano- Mánuel Cortés Espadiña; pero su desarrollo y conclusión queda entre nosotros.