In Memoriam a Don Aquilino Rivero Tejado cura párroco que fue de la Iglesia de Santiago Apóstol en la ciudad de Llerena.
(Cuando suceda
¿quién será el remo,
quién irá de remero;
acaso hay marineros
de tierra adentro
y de oleaje seco?)
( de “ÚLTIMOS”)
Moreno de Vargas, basándose en Flavio Dextro, dice que la advocación de la Iglesia Catedral de Mérida, como las de Braga, Tarragona, Sevilla y Toledo, a imitación de la de
Cristo de los Remedios...............................................................Zaragoza, fue la de “Ntra. Señora de Jerusalén”. Para ello se basaba en la contemporaneidad de su erección con los últimos días de la Virgen: “ y fue en el principio de la predicación del Evangelio e institución de los obispos de estas ciudades, y por esto se llamaron sus iglesias Santa María de Jerusalén, porque cuando se fundaron estaba viva en Jerusalén la Virgen Santa María Nuestra Señora, y los españoles para señalar qué Señora, qué Virgen, qué Santa María era ésta a cuya advocación se fundaban, decían que era la que actualmente residía en Jerusalén”.
El historiador emeritense llegaba, incluso, a utilizar la autoridad de Paulo Diácono y de los documentos originados por el Concilio de Mérida.
Pero al recurrir a la autoridad de Paulo Diácono fue incapaz de observar la contradicción entre estas deducciones y los documentos que aportaba; a través de Paulo Diácono sabemos que hasta entonces el nombre de la Iglesia Metropolitana de la Lusitania había sido el de “Santa Jerusalén”.
El cambio, según el referido autor, se habría producido recientemente: “...la iglesia de Santa María, que hasta hoy se llama de Santa Jerusalén” según la traducción de Camacho Macías que es fiel al original: “...ecclesiam sanctae Mariae quae sancta Iherusalem nunc usque vocatur”.
El mismo problema de desacertada interpretación le sucedió a Moreno de Vargas cuando accedió al documento del Concilio de Mérida; las catedrales de las ciudades mencionadas, según los documentos de los Concilios Visigóticos, se denominaban de “Santa Jerusalén”.
Si pretendiésemos explicar las razones del cambio entre “Santa Jerusalén” y “Nuestra Señora de Santa Jerusalén” podríamos deducir que se hizo por nuevos imperativos piadosos, alejada en el tiempo la, hasta entonces, “inminente vuelta de Jesús”, origen de esta denominación.
El título de “Santa Jerusalén” para las primeras catedrales se asocia íntimamente al dogma básico del cristianismo: la resurrección tras la muerte; este dogma se expresa, a modo de ejemplo en el plano divino, dentro de la Gran Semana, la Semana de las Semanas, la Semana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, su preludio: si en el “primer séptimo día” Dios se fue de con los hombres en el “último séptimo día” Dios volverá con los hombres de la misma forma que en el “séptimo día” de la Semana de Pasión Jesús resucita de entre los muertos y se presenta a los vivos.
Jerusalén es, en la tradición cristiana, “la ciudad modelo”: de una parte simboliza a la ciudad terrestre, capital de Israel; de otra simboliza la Jerusalén Celeste del Apocalipsis de San Juan o del profeta Isaías. Ambas tienen en común la de ser “arcas” de salvación.
A la Jerusalén civil, en expresión que contradice el concepto de diluvio mosaico, el profeta Ezequiel la declaró a salvo del Diluvio: “Yavé me dirigió de nuevo la palabra y me dijo: Hijo de hombre, di a Jerusalén: Eres una tierra que no ha sido purificada ni lavada por la lluvia el día de la ira Ez. 22, 24”.
La segunda, la “Jerusalén Celestial” o “Santa Jerusalén” -por contraposición a la “abominable” o civil de Ezequiel- ha sido asociada expresamente al “Arca” como paradigma de “lugar de refugio o de salvación”; entre los motivos utilizados como representación de la Iglesia los primeros cristianos utilizaron, nos ilustra el abate Martigny:
a. El Arca de Noé: “Del mismo modo, dice San Cipriano... que fuera del Arca de Noé nadie pudo librarse del diluvio, así fuera de la Iglesia no hay salvación para los hombres”. San Agustín expresa la misma idea en términos diferentes, pero agrega que el Arca está representada bajo una forma cuadrada para denotar la estabilidad prometida por Jesucristo á su Iglesia”.
N.B. La “Jerusalén celeste” del Apocalipsis también posee forma “cuadrada”( Japoc. , 21, 16.).
b. El Navío: “El Navío, ya bogando á velas desplegadas, ya tranquilo en el puerto, expresa á menudo la Iglesia, en tanto que ella es el único puerto de salvación: Naviculam istam Ecclessiam cogitate, turbulentummare hoc saeculum. Este texto de San Agustín está citado por Alejandro en apoyo de su explicación de una piedra anular en la que la Iglesia está representada bajo el símbolo de un navío llevado sobre el lomo de un pez, el cual... no es otro que Jesucristo, sobre quien, como en una base inquebrantable, se apoya la Iglesia para resistir todas las tempestades...”.
De aquí que a los primeros templos cristianos -finaliza Martigny- se les dotase de forma náutica: “Por esta razón se dispuso desde un principio que los templos cristianos, llamados también iglesias(las primeras catedrales), en un sentido más restringido, tuvieran la forma de un navío”.
Tal vez perdida en la Edad Media la primitiva significación continuó, sin embargo, la identificación del Templo con la “Ciudad celestial de Dios”
Otto Von Simson lo ha deducido claramente en las iglesias románicas y góticas: “La iglesia es, mística y litúrgicamente una imagen del cielo. Los teólogos medievales insistieron en esta correspondencia en innumerables ocasiones. El autorizado lenguaje del ritual de consagración de una iglesia (Apoc. 21,2-5 como Epístola) relaciona explícitamente la visión de la Ciudad celestial, tal como está descrita en el Apocalipsis, con el edificio que se va a erigir.”...o bien “en la Visión de Ezequiel, la cual, siendo en cierto aspecto su equivalente en el Antiguo Testamento del Libro de San Juan, contiene también una visión del cielo bajo la imagen de un edificio, es decir, de un templo”.
Ahora bien, en esta breve antología de interpretaciones hemos de incluir, como nexo, la acertada interpretación que realizó el padre Enrique Flórez; según éste el nombre “de Jerusalén significaba la catedral, no precisamente como Sede Episcopal, sino como Metrópoli”. Corroboraría este aserto el hecho de que “vemos -añade- el mismo título en Tarragona, y en Sevilla, Iglesias matrices de las otras dos Provincias, y no en otras de las Sufragáneas”- falta, sin embargo, la de Toledo-.
Por ello Flórez interpreta, erróneamente por sólo un poco, que a la matriz de Mérida “la quadraba el dictado de Santa Jerusalén, aplicado en lo primitivo á estas Iglesias, por quanto como de Jerusalén salió para las demas el Evangelio, así de las Matrices salió la ley para sus Sufragáneas”.
El abate Montigny, también escritor decimonónico, viene también a coincidir con esta interpretación.
No obstante Florez hace una muy inteligente interpretación y no observa cambio sino dos titulaciones complementarias: “Pero el Diácono Emeritense nos da mayor noticia, diciendo, que la Iglesia llamada Santa Jerusalén estaba dedica á Dios con la invocación de Sta. María, según explica en el cap. 8. Ecclesiam Sanctae Mariae quae Sancta Hierusalem nunc usque vocatur”.
N.B. Acaso nos hallemos ante los inicios de la introducción de santos titulares en las Iglesias catedralicias por imitación de las iglesias martiriales cuando la “inminencia” del fin del mundo pasó a un segundo plano. López Santos sitúa en el siglo VI el comienzo de la costumbre de nombrar a las iglesias parroquiales con nombres propios.
En nuestra interpretación, a la luz de los textos del Nuevo Testamento, la denominación de “Santa Jerusalén” para las iglesias metropolitanas, tiene su raíz en el dogma fundamental del cristianismo: la Iglesia como lugar de salvación para el hombre en el día del juicio.
La Iglesia Metropolitana, representada como “barco” o “arca”, es la imagen del lugar de salvación que San Pedro, el primer Papa, describe en su segunda Epístola. Tal lugar se corresponde con sus “ nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” tras la destrucción del mundo:
“Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo que existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos, 3, 5-6.
...
Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia 3,13”.
Estos “nuevos cielos y nueva tierra” se corresponden, inequívocamente, a través del Apocalipsis, con la “Santa Jerusalén” que de “Jerusalén Celestial”, se transforma en definitiva “Jerusalén terrenal” o “mesiánica”.: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del Cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono:”Esta es la morada de Dios con los hombres. Pndrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado Apoc. 21 1-8”.
Antonio Mateos Martín de Rodrigo
artículo publicado en la Revista de Semana Santa de Mérida, 2002.
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