“Unos se iban y otros ocupaban sus puestos: pero se diría que todos eran los mismos; tal semejanza había entre ellos, al fulgor de la luz eléctrica, en medio del ruido incesante y del olor de los perfumes y del vino. Como, durante una nevada, caen ante los cristales de una ventana iluminada millares de copos de nieve. Y parece que son siempre los mismos, siendo, en realidad, siempre otros en su constante tránsito de lo oscuro a lo oscuro[1]”.
Leonidas Andreiev.
[1] p.29.
Leonidas Andreiev.
[1] p.29.