Hubo una vez un tiempo...
A MIGUEL HERNÁNDEZ.
Las manos sí,
para continuarte sobre el espacio
con tu apellido de sudor en las axilas
y tu nombre de callos en el alma;
con los niños limpios en tus labios
y tu mujer, de nuevo, preñada por el rayo de tus versos.
El corazón sí;
pero sangrando la verde clorofila
a los desposeídos
de toda leche divina.
El alma también,
pero armando las pupilas contra el miedo a la niebla,
contra los años rituales y las vigilias
en donde el hombre es una palabra más
para la Náusea hacia la nada.
Las manos sí,
para continuarte sobre el espacio
con tu apellido de sudor en las axilas
y tu nombre de callos en el alma;
con los niños limpios en tus labios
y tu mujer, de nuevo, preñada por el rayo de tus versos.
El corazón sí;
pero sangrando la verde clorofila
a los desposeídos
de toda leche divina.
El alma también,
pero armando las pupilas contra el miedo a la niebla,
contra los años rituales y las vigilias
en donde el hombre es una palabra más
para la Náusea hacia la nada.
Antonio Mateos Martín de Rodrigo.
Calamonte, 1976.
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