podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

sábado, mayo 05, 2007

POÉTICA XIV: DE LA CORTEDAD Y ESCASA VITALIDAD DE LA VIDA Y DE LA EXTREMA LARGURA DEL FUTURO.



Llerena es conocida por “la llana” y la carretera de circunvalación de sus murallas sólo tenía una pequeña cuesta; la subida desde la Estación de R.E.N.F.E. hasta la antigua Puerta de Reina. Sabedor mi padre de mi afición a las carreras de velocidad determinó acabar con ellas poniéndole a mi bicicleta un piñón de veintiún dientes; vano intento: yo seguía volando sobre ella; en mis delgadísimos músculos había más que coraje, la fuerza que me ha hecho imponerme contra viento y marea, contra tormenta y fuego, contra todas las contras.
Acaso porque tenía ansias demasiadas nunca reparé en la desmesura de mis pasiones y de mis ilusiones y de mis ambiciones.
Aprendí a escalar muros porque a mí, como a Nazin Hikmet, poco nos han importado los ladrillos empinados hacia el infinito; porque mi pájaro era la gaviota que regresa al primer instante del big-ban, porque si yo estaba hecho a imagen de Él ser plenamente como Él era mi meta (en cierta forma era un seguro de vida ininterrumpible -yo tenía la vida por algo con poca vitalidad y ajena a mis ruegos o a mi voluntad-).
Aprendí a escalar muros; pero por urbanidad indebida no siempre escalé ni pronuncié los nombres de mis pretendidos alcances.
Sin embargo la Sierra de San Miguel quedó como paradigma de todas mis ambiciones; además de todas mis autoimpuestas limitaciones: nunca entré en su sima; como si yo hubiese nacido sólo para vivir a cielo raso, como si por el infortunio acechante yo no quisiera que se adelantase el abrazo que la tierra habrá de dar a mi cuerpo.
Y recuerdo un accidente en la mina de barita -se decía que con ella se fabricaban juguetes de plástico- y recuerdo que aquellas piedras me quebraron una vez más el ánima.
Que tiemblen los que un día/
rompieron niños-luna;
/
el sol les vengará
/
con sus rayos de espuma
./
Pues sí yo era un niño-luna, roto e inmembre y pequeño por la misma vida y al alcance sólo tenía lo más lejano y enorme, el futuro; y yo vivía en el futuro porque me garantizaba la vida en el presente y el estiramiento debido.
Así don Francisco y don Ángel se confabularon para cambiarme, como si de un inocente trueque de cuentos o de tebeos se tratase, el libro Evolución, Marxismo y Cristianismo a cambio de una Antología de Bécquer -del que pocos saben que realmente se llamaba Gustavo Adolfo Domínguez Bastida-.
Cojo una carpeta amarilla, marca DHP, y el primer dinacuatro que sale dice: pero hoy soy yo, soy de la muerte.
No, no, no; te miro a los ojos y crezco; te miro a tu frente y me elevo; te miro y me entretengo hasta lo eterno mirándote tu cuerpo y tu fuerza.
Tú eres mi Montaña, mi cuesta arriba y espolique; y la vida aquellos veintiún piñones que se clavaban en mis magros músculos como espuelas; que ahora me espoliquean hacia el futuro cada vez más cercano.
Él iba con el alma en cabestrillo y las manos atadas al futuro; él iba con el cuerpo... en tu cuerpo. Y tu cuerpo es la barca de pedro, es la barca de noé, es la barca de caronte, es la barca de gigalmesh, es la canastilla de moisés, es la ballena de jonás, es el establo, es la concha del bautismo, es el ábside, el arco iris...
Pero aunque me digas que soy hombre de poca fe no pisaré las olas ni los peces; mis cenizas están destinadas para ser consumidas por el fuego que llueve de tu cuerpo...