podrán

podrán cortar todas las flores;

siempre habrá un hombre semilla.

viernes, mayo 18, 2007

POÉTICA XXII O DEL PÁJARO OCULTO EN EL ÁNIMA DE TODA MUJER.




Las ventanas son unos seres maravillosos inanimados que te permiten ver sin ser visto (aunque recuerdo una vecina chinchorrera que se disponía a ver lo que pasaba en la calle con la luz de la salita imprudentemente encendida...).



Gracias a estos seres maravillosos transparentes puedo ver nítidamente a tiro de mi vista, además del bello caer de la lluvia, los pájaros; últimamente he localizado a través de una ventana un grupo de jilgueros que me han retrotraído a mi infancia (en casa teníamos jilgueros enjaulados que me despertaban gratamente con sus trinos; y en Mérida mientras María fue pequeña hemos tenido dos canarios de excepcionales cantos, seleccionados por su abuelo materno que es canicultor, pero, dada su corta vida, decidimos no recibir ninguno más ya que era muy desgarrador encontrarlos muertos).




Tras los cristales puedo observar los pájaros en su propia libertad y belleza, sin importunarles(creo que debiera existir un grupo ecologista que se denomine big-ban en el que se integren todos los ecologistas; sin duda el momento óptimo del universo fue su primer momento -lo demás es degeneración-).




Y bien (a pesar de poseer la capacidad de donde pongo el ojo pongo la bala, habilidad aprendida, desarrollada y afianzada en las casetas de tiro de las ferias de Llerena -una de ellas me proporcionó el conocimiento del primer Síndrome de Down- nunca he matado un pájaro(tampoco he tenido a los volátiles por manjar ni vianda), siempre me han entusiasmado los pájaros; tenerlos entre las manos me suponía un grato ejercicio y reto de motricidad fina o de acomodo flexible de las manos para no dañarlos; para ello hacía, como cuando transportábamos agua sin vaso en los juegos de infancia, un pequeño cuenco con las manos cerradas herméticamente, permitiéndoles sacar la cabeza entre los dedos pulgares e índice; y así yo le daba de comer o de beber desde mi boca a los pajarillos perdidos.




En cierta ocasión, ya como emeritense, oficié de bombero y hube de rescatar a un pájaro del tubo del que salían los gases de mi cocina; el pobre se había introducido en la chimenea y revoloteaba desesperadamente; afortunadamente para él era verano y yo aprovechaba entonces el fresco de la cocina para escribir (aún no tenía ordenador ni aire acondicionado los cuales me obligan a escribir en la salita) y pude escucharle pidiendo socorro. Desmonté los tubos y voilà salió revoloteando directamente hacia el patio de luz; no sé quién tenía más miedo al encontronazo, si él o yo.




Y bien, los pájaros son unos seres maravillosos que compendian en sí para mí las maravillas y milagros de la naturaleza; son pequeños pero sin embargo sus alas les agrandan hasta ser más altos que las propias alturas de la Tierra; no tienen gepeese ni agencias de viajes pero no se extravían; no tienen palabras pero sin embargo escriben versos bellísimos en el aire tanto de día como de noche, al alba o la caída de la tarde.




Y creo que toda mujer lleva un pájaro oculto en su ánima.




Y creo que cuando su fortaleza es más alta o sublime la mujer es más pájaro: más tierno gorrión y más infatigable gaviota y más cantarina alondra y más pura aguanieve y más... .

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